Crónicas cotidianas por Rafael Rodríguez Olmos:Tengo que seguir echándole bolas

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Luis tenía 35 años trabajando para la misma empresa, una ferretería ubicada en la urbanización La Isabelica, hasta que la crisis lo obligó a abandonar para tratar de equilibrar sus necesidades buscando ingresos por otros caminos.

“Llegué aquí a los 23 años. Siempre fue un trabajo estable. Joao es portugués y es un miserable con los reales, pero es una buena persona. Bueno, envejecimos juntos. Soy el único que está aquí junto a él y una de las dos hijas, que no solo cargué, sino que las llevaba al colegio, a la gimnasia, a la piscina, al flamenco y ahora una de ellas es la jefe de todo. Se hizo administradora y tiene 42 años, dos divorcios y tres hijos. Ya Joao tiene 80 años y viene todos los días a trabajar, pero solo se sienta ahí dizque a vigilar, y se queda dormido, jajaja. La hija me dijo que no podía pagarme más. Me paga 10 mil semanal, y es mucho más de lo que ordena la ley, pero ella también sabe que no alcanza, porque con ese dinero compro un kilo de sardina, un arroz, una harina, medio cartón de huevo, una pasta y un poquito de aliño. Ya soy abuelo. Recién casada y recién parida, a mi hija menor le mataron el marido en el barrio donde vivía por allá en Cascabel. El sute tiene nueve meses y ella 18, ya es viuda y yo tengo que ver por los dos, más la hija mayor que se vino a vivir con los tres hijos porque el marido la molía a palos. Le dije que, si se iba de nuevo con el tipo, se fuera con sus hijos y no volviera más nunca. Eso me tocó después de la muerte de Prudencia, que yo siempre contaba con ella y era una buena mujer hasta que el cáncer de mama le ganó la delantera. Joao la conoció desde que nos casarnos un año después de haber entrado a trabajar allá y le tenía mucho aprecio. Me ayudó mucho con su enfermedad, las medicinas, lo del velorio y el entierro”.

Luis cuenta que ahora su relación laboral, era prácticamente con el nieto de Joao, Armando, quien está asumiendo las riendas del negocio, quien, asegura, tiene 20 años, pero es un avión para los negocios. Asegura que tuvo demasiados buenos momentos con Joao, quien le dio oportunidad de ganar más dinero hasta para comprar una parcela en Central Tacarigua y construir su casa. “Cuando yo tenía ocho años en la ferretería, él me prestó para que comprara la parcela con la casa. Me fio los materiales para que fuera remodelando. Por eso tengo una buena casa. El sábado al mediodía me pagaban, hacía el mercado y me iba para mi casa. Los niños estaban pequeños. A Luis Andrés lo mataron en una pelea cuando tenía 18, era el único varón de los tres y creo que eso le generó el cáncer a Prudencia. Hice un porche bien sabroso en la parte de atrás de la casa y a veces me la encontraba tirada en la hamaca, con esa mirada triste”.

Luis desconoce su destino ahora. “El nieto de Joao me quería dar lo que decía la ley por el arreglo, pero Joao me dio 300 dólares. Me dio mucha tristeza irme, aunque tengo a las muchachas que me acompañan. Ya estoy por cumplir 60 y tengo que trabajar para mantener esas seis bocas. Estoy pensando comprar algo que pueda vender en los semáforos. Tengo cambures, quinchonchos y unas gallinas en la parcela que la cuidan las muchachas. De ahí comemos y a veces vendemos algo. También estoy pensando en comprar aliños y ponerlos en bolsitas para venderlos en la casa y que las muchachas trabajen. Parece mentira cómo se te va la vida en un solo sitio y cuando te das cuenta, te hiciste viejo. Ahora que lo pienso, eso me ocurrió junto a Joao. Solo que él tiene muchos millones para terminar sus días. Yo tengo que seguir echándole bola”.

 

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