Quemar las naves: Por Arnaldo García Pérez

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Alrededor del año 335 A.C, al llegar a la costa de Fenicia, Alejandro Magno debió enfrentar una de sus más grandes batallas. Al desembarcar, comprendió que los soldados enemigos superaban tres veces el tamaño de su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para enfrentar la lucha: habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado con aquellos guerreros invencibles. Cuando Alejandro hubo desembarcado sus tropas en la costa enemiga, dio la orden de que fueran quemadas todas las naves. Mientras los barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo: “Observen cómo se queman los barcos. Esta es la única razón por la que debemos vencer, ya que, si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, pues sólo hay un camino de vuelta, y es por mar. Caballeros, cuando regresemos a casa, lo haremos de la única forma posible: en los barcos de nuestros enemigos”. El ejército de Alejandro venció en aquella batalla, y regresó a su tierra a bordo de las naves conquistadas.

A veces en la vida tenemos que enfrentarnos a retos producto de situaciones impensables. Esto genera en nosotros grandes incertidumbres que pueden provocar reacciones completamente contrarias. O bien accionamos ante el evento de manera proactiva y nos adentramos en su solución, o como pasa en muchos casos, nos quedamos inmóviles y buscamos que las soluciones vengan de otros escenarios ajenos a nuestra influencia.

Tal vez nos concentremos en pedir a Dios su ayuda infinita y que, a través de un milagro se resuelvan las situaciones, dejando todo lo posible e imposible en manos de una fe ciega. Otras veces, como en el relato que precede, la oportunidad de reaccionar a los eventos no viene de nosotros mismos, sino que es producto de circunstancias provocadas por otros, pero que nos obligan a tomar, de una manera determinante, partido en la búsqueda de las soluciones. Y en la mayoría de los casos, somos conscientes de las circunstancias y su devenir y tenemos la obligación de reaccionar a ellas y tomar las mejores decisiones de vida.

Nuestra historia no se compone de caminos rectos y de fácil transitar. No es una autopista cómoda y segura. La mayoría de las veces nuestro camino está compuesto de senderos combinados de fácil transitar y otros con enormes dificultades y cuestas que parecen difíciles de superar. Para cada tramo debemos prepararnos de la mejor manera posible y en cada una de las realidades, aprovechar las oportunidades para recorrerlos y aprender algo de cada travesía.

Siempre desde la conciencia de nuestras capacidades. Lo importante en cada una de las situaciones es que, en nuestro accionar siempre tengamos la claridad de que las soluciones están en nuestras propias manos y en los recursos que poseemos, pensando siempre en el bien común y en las soluciones que nos beneficien en mayoría.

No dejemos en manos de otros nuestro destino, ni esperemos a que nos quemen los barcos para tomar decisiones.

Seamos dueños de nuestro propio destino.

Saludos

Arnaldo García Pérez

@arnaldogarciap

www.arnaldogarciap.blogspot.com

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