La legitimidad y su importancia para un régimen político estable y perdurable por Valeria Barroeta

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La legitimidad y su importancia para un régimen político estable y perdurable por Valeria Barroeta Foto: Popular/Perú

 

 

En la realidad venezolana de hoy, el concepto de la legitimidad es un tema que, a pesar de estar presente en las vidas de los ciudadanos, y ser un factor importante en las decisiones tomadas por la sociedad y los resultados que dichas decisiones conllevan, no está del todo interpretado por sus administradores, en otras palabras, el pueblo no está consciente en su totalidad del poder que posee; pero antes de entrar directamente en la cuestión, hay que conocer de dónde proviene éste poder que se le atribuye a los ciudadanos.

 

Las sociedades han ido progresivamente evolucionando con el pasar de los años, en la actualidad, son los hombres y mujeres los reconocidos diseñadores y constructores de las colectividades, cuando en tiempos pasados se veían las sociedades como creaciones divinas, instauradas por la voluntad del creador, donde los líderes que dirigían estas comunidades eran elegidos celestialmente y las opiniones y exigencias de los gobernados no eran tomadas en cuenta por ser poco menos que insignificantes. Esos cambios empezaron a generarse con tres de las mayores revoluciones en la historia moderna, la revolución francesa, la revolución norteamericana y la revolución hispanoamericana. Al organizarse movimientos de masas tan significantes -los gobernados- y rebelarse en contra de sus gobernantes, los cambios en esos sistemas fueron necesarios, y las líneas divisorias entre gobernados y gobernantes se hicieron más estrechas.

 

En los Estados modernos y democráticos, existe una correlación entre gobernantes y gobernados, deben haber límites que prescindan ilegalidades y por ende ilegitimidad. Es ésta última, de la que dependen el poder y su mantenimiento. De no hallarse la legitimidad, la aceptación del pueblo gobernado, los administradores supondrían gobernar empleando la fuerza y el miedo, descartando completamente la idea de un Estado democrático.

 

En resumen de lo establecido anteriormente, es el pueblo –los ciudadanos- los que, en un Estado democrático por lo menos, tienen el poder de aceptar a un líder y autorizarlo para gobernar, y a su vez de no cumplir expectativas, de removerlo. Pero, ¿Cómo el pueblo decide elegir a su líder? ¿Qué influye en esa decisión?

 

En Venezuela existe un historial de decisiones hechas desde el sentimentalismo, la sociedad ha elegido líderes con los que se relacionan porque consideran que estos gobernantes entienden y conocen sus necesidades, ya que ellos son el pueblo. La sociedad venezolana ha demostrado que desconoce a un líder competente cuando se ve ajeno a lo cotidiano y por ende no logra congeniar con el pueblo. Es el carisma, el que logra este vínculo, que incluso puede llegar a ser de afecto, cuando se crea esta imagen del líder amistoso y accesible rompiendo el esquema del servidor público como un trabajador y lo convierte en otro ciudadano más, con problemas y carencias iguales a los de cada individuo de la población. Del mismo modo, el mesianismo ha sido una tendencia habitual en la población, al considerar a este líder una especie de salvador, que solucionará cada dificultad que los ciudadanos sufren, porque él sabe qué es lo que el pueblo necesita.

 

Pero, ¿por qué se siguen eligiendo líderes carismáticos? La educación política en Venezuela –y en Latinoamérica en general- es insuficiente y escasa, al ser países en vías de desarrollo, en el caso de Venezuela, las soluciones de las necesidades de la población en teoría se ven resueltas de forma más eficaz en manos del Estado, en lugar de individualmente. Asimismo, al carecer de esta educación política –desconocer los candidatos, sus planes de gobierno, sus formas de administrar, tendencias e inclinaciones, etc.- como fue mencionado previamente, el pueblo elige al candidato que se acerca más a su realidad diaria, el que, con su discurso –usualmente empleando lenguaje coloquial- le acierta a la mayoría de los ciudadanos a los que en su ignorancia política, no les interesan los medios ni los planes a ejecutar por el gobernante, siempre y cuando el resultado de estos sea el de resolver sus necesidades. Por otra parte, es el carisma una de las tres justificaciones para legitimar una dominación establecidas por el sociólogo Max Weber, la capacidad sobrenatural de convencer con su oratoria que son la verdadera solución a todos los problemas, una habilidad efectiva en su práctica evidenciado en los líderes que han sido elegidos en Venezuela en su historia democrática. Ahora, el carisma en sí no es problemático, al final, el objetivo de hacer política es obtener y ejercer el poder, el problema llega en cuanto esta habilidad profundiza su influencia en la población hasta el punto de considerar al gobernante y sus ideologías la única forma correcta de ser gobernados, por consiguiente legitimando esa dominación y prescindiendo de su propia autonomía.

 

Tomando lo anterior en cuenta se generan incógnitas de naturaleza moral, como gobernado, ¿es efectivo renunciar a la autonomía cuando sus necesidades serán –supuestamente- resueltas? ¿Se está dispuesto a legitimar a un líder, a un gobierno, sólo por su discurso sin conocer sus propuestas, inclinaciones o antecedentes políticos? Y como gobernante, ¿es válido convencer a la población empleando métodos populistas y demagogos de ser la única solución a sus problemas si eso garantiza obtener el poder? no se puede saber con exactitud cuál es la verdadera forma de regir democrática y moralmente, sin embargo el garantizar la libertad de pensamiento y elección de los ciudadanos y cumplir con las expectativas prometidas es una cualidad necesaria.

En conclusión, son los pueblos los que eligen y legitiman a sus líderes y gobiernos, es la aceptación de los ciudadanos la que certifica que un régimen perdure, y el cumplimiento de expectativas es la garantía de esa aceptación. Asimismo, el pueblo tiene el deber de instruirse para progresar y evitar cometer elecciones inconvenientes, la formación política es una fracción fundamental e importante para la sociedad y debería ser impulsada para promover ese progreso; actualmente los ciudadanos tienen el poder de legitimar, elegir y destituir, y es fundamental aprender a reconocer cuando la autonomía de sus elecciones es corrompida. Al final, la responsabilidad de la nación es compartida entre gobernantes y gobernados.

 

 

 

Artículo completo en  www.bloginfoenlace.blogspot.com

 

 

 

 

 

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